Santa Rosalía es una ciudad que respira historia y nostalgia por las cuatro esquinas de su casa. La historia nos toca a todos pero la nostalgia a los viejos, aunque los pasos nostálgicos ya se van llenando de polvo, ese polvo que se va anquilosando en el contorno de las huellas. Del arcón de los viejos quién no entresaca de sus pensamientos las largas colas para llegar a la llave del tanque de Ranchería, al tanque de Calle Ancha, a la llave que estaba atrás del Estadio Hidalgo, el tanque un lado de la Benito Juárez. Cuando los de Ranchería no alcanzábamos “ni un viaje de agua” en los tanques señalados, nos íbamos hasta “la redonda”, en la fundición, lugar que decían que de la llave salía agua destilada. Y seguir en el arcón del tiempo para recordar las jugadas de billar en el Hotel Central y esperar con ansias la llegada de “los gatos” con su inseparable olla de peltre –azul- llena de riquísimas empanadas. Y qué decir de los lonches de Monobe, con virote de la famosa panadería de El Boleo, lonches de spam con queso amarillo –de ese que ya no hay-, de carne asada o deshebrada o de puro queso amarillo. Los rellenaba con “vegall”. Seguro estoy que los viejos no olvidamos su sabor. Y qué decir de los tacos de Anita y las gorditas de doña Sabina. Y las películas del Buenos Aires y las del cine Trianón y las peleas de box ¡Y las vías del tren que tatuaban la panza del pueblo! ¡Y el pitazo de la fundición!, largo y melancólico como ronroneo de gato siamés. Y cuando nos mandaban a la “tiende de la tractolina y la leña” donde hoy está un negocio de la familia Gámez. Y el tránsito al mercado municipal donde por el callejón estaba la fonda de Angelita, la tienda de Jacinto González, la de Juan Ayub, Juan Manuel Romero, Ramón Moreno, Braulio Landeros. Ese mercado de vieja historia donde las tiendas del frente permanecían un poco en penumbra por el techo de visera que negaba la luz directa del sol: la de Alfonso Nuño, la de Manuel Cota, don Amado Moreno. La orquesta de don César García, conocido cariñosamente como don Charo y los famosos bailes de La Progreso y los de la Sección 117, que llamaban bailes de “La Morelos” porque allí, mucho antes, tuvo su asiento la Sociedad Mutualista José María Morelos y Pavón. Y los tamales del Tata que en palanca y con dos baldes llenos recorría las cantinas que estaban arriba del Nivel Cincuenta. ¡Y los burros del cachimba! con dos pechos de caguama colgados a los costados. ¿Y algunos recordarán todavía a los policías célebres: Tachito, Domingo, el Machi, Gertrudis, el Tarile? Y a los hacedores de caminos al norte, mi tío Chapo Galván y don Luis Parra que se hizo famoso por haber aprehendido al temible asesino de la Unión Americana, Williams Kook. En los callejones y paredes de las casas de “los lotes” deben estar untados todavía los olores magistrales de las caguamadas: con El Vista, el Casi Pesca, Rigoberto Garayzar, Chato Bastida, Pancho Zúñiga, El Pavipollo, en la Sección 117 y la Progreso. El jugo de caguama de los tacos de tortilla de maíz que escurría por las manos cuando los mordías. ¡Ese sabor y aroma están prendidos en la neurona del tiempo! Y los juegos de béisbol de los sesenta en el estadio Hidalgo, escenario para que surgiera el Zurdo Robles, pitcher traído por la Progreso para dar grandes batallas a los legendarios Cuervos del Güero Murillo, símbolo del béisbol cachanía. ¿Quién de los pocos viejos que quedamos no recordamos la era dorada del béisbol de Santa Rosalía? El Zurdo Robles después militó en equipos donde con los hermanos Huevo y Enrique Romo escribieron grandes páginas en el pitcheo de la Liga Mexicana y la del Pacífico. Ahora, después de medio siglo la historia del pueblo ha avanzado pero la nostalgia por las empanadas de los gatos, los tamales del Tata, los pechos de caguama en los lomos de los burros del cachimba, las caguamadas de los callejones, los lonches de Monobe, los tacos de Anita y las gorditas de doña Sabina, está prendida en los polvos palpitantes de las neuronas del tiempo.
El tiempo arrasó con los tanques de agua, con los cines y sus amores juveniles, con el mercado, el estadio y sus épicas hazañas que concentraba los domingos a todo el pueblo. Y hace unos días, el 23 de mayo, el Rincón Beisbolero cumplió cuatro años tratando de rescatar de entre la maraña del tiempo las hazañas de los grandes peloteros de cachanía y materializarlas en un local donde podemos admirar uniformes, guantes, bats, pelotas, fotos, recortes de periódicos, de nuestros orgullos de siempre: los beisbolistas de ayer y hoy que nos unifica más allá de las contradicciones de este mundo tan globalizado pero a la vez tan inhumano. Felicidades a los luchadores de Rincón Beisbolero y a Nacho Arce, “su manager”. Hay que seguir buscando la oportunidad de un recinto.( 30-05-12).
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